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RECUERDOS DEL TIÓ FORTU (PARTE 2)

Un día de perros.


Aquella tarde, como otras muchas tardes, el tió Fortu estaba sentado en el parque, en su banco de costumbre y, también como de costumbre, tomando el sol y dejando que su mente lo llevara muchos años atrás, recordando episodios de su ya larga vida pasada. En un momento dado esa su mente nostálgica se empeñaba en presentarle imágenes de cuando él era un mozuelo y comenzaba a "andar detrás de las mozas". Y fue en ese momento cuando pasaron cerca de allí dos tractores, llevando paja en la pala. La diferencia entre ellos era que uno la llevaba en un gran rollo cilíndrico y el otro, en una gran paca, eso que aquí llaman alpaca.


Y entonces el tió Fortu pensó que qué diferencia en el modo de hacer las cosas antes y ahora. Para empezar, en su infancia y juventud a aquello que transportaban aquellos tractores no se le habría llamado paja, sino, como mucho, pajas. Antes, al ser triturada por los trillos en las parvas, la paja quedaba casi molida. Los trocitos mayores no sobrepasaban los cuatro o cinco cm; alguna quedaba tan molida que casi parecía harina; a ésta se le daba el nombre de muña. Con esta consistencia, para transportarla había que recurrir a costales, sacos y cestos. Cuando había de ser transportada en los carros, a éstos había que añadirle telerines y redes de malla poco rala. Así y todo, en los carros había que encalcarla muy bien para que no se saliera por los agujeros de la malla.


Momentáneamente al Tió Fortu lo sacó de sus recuerdos Patro, que pasaba por allí. Patro es un valdeperdiceño de nacimiento que, aunque habitualmente no vive en el pueblo, sí pasa en él algunos meses del año. Patro conoce muy bien al tió Fortu.

— ¿Qué, a solas con sus recuerdos?

— Patro, tú ya vas teniendo una edad suficiente para poderme comprender. Cuando somos niños y jóvenes no hacemos otra cosa que proyectar planes para el futuro. Cuando ya somos viejos y consideramos que ya no nos queda futuro, no hacemos otra cosa que complacernos recordando el pasado.


Patro mostró una sonrisa comprensiva que el tió Fortu agradeció. Después continuó su camino.


El anciano, de casi 90 años, volvió de nuevo a sus recuerdos. Lo de los tractores transportando paja lo hizo volver a su infancia y concretamente a un día en el que "casi todo me salió mal", “un día de perros”.

Era uno de los últimos días de agosto. El niño Fortu tenía entonces diez años. Por la causa que fuera, aquel año los de su familia "andaban traseros" en las faenas de la senara. Ya la mayoría de sus convecinos "habían barrido sus eras”, unas eras que en aquellos días ya estaban adornadas por las “comemeriendas”, esas flores, entre rosas y moradas, que parecen salir directamente de la tierra.


Sólo ellos, los de su familia, y unos pocos rezagados más, todavía estaban "bajando la paja".

La noche anterior el niño Fortu, de diez años, se había dormido muy tarde, porque había estado, ya en la cama, de cháchara con su hermano Sixto, sólo dos años menor que él. Hacía poco que se había dormido cuando, ya amaneciendo, fue llamado por su madre y por su hermano mayor, para que desayunara algo y se fuera después con él, en el carro, hasta la era. Debía acompañar a su hermano mayor para colaborar con él en la tarea de llenar el carro con paja, que después se llevaría al pueblo y concretamente al pajar que tenían adosado a la vivienda. El trabajo de colaboración del niño Fortu consistiría en encalcar, con pies y rodillas, la paja que con la “bienda” echaría su hermano dentro del carro.


El haber estado buena parte de la noche de cháchara con el hermano pequeño hizo que el niño Fortu después, por la mañana, estuviera medio dormido y poco apto para el trabajo que debía realizar. Mientras duró el llenado del carro, varias veces su hermano hubo de avisarle de que debía “espabilar” y moverse con más eficacia. Él no hizo demasiado caso, no por que esa fuera su voluntad, sino porque su cuerpo no le respondía.


Una vez cargado el carro, hicieron el recorrido de casi 2 km hasta el pajar. El camino era de tierra y piedras. El movimiento del carro con constantes sacudidas hizo que, por no estar bien encalcada la paja, ésta en una cantidad importante se fuera por los huecos de la red y se quedara regada por casi todo el camino. De esto no se percataron hasta haber llegado al pajar, ni Fortu, que iba subido en el carro en su parte delantera, ni su hermano, que iba andando, larga vara al hombro, delante de las vacas.


Al darse cuenta su hermano mayor de que habían dejado buena parte de la paja regada por el camino, se puso furioso y comenzó a echarle una gran bronca a Fortu. Seguramente la bronca no se habría quedado en eso, de no haber llegado su madre que, aunque ella también se sumó a lo de la bronca verbal, al menos no permitió que el mayor de los hermanos zurrara a Fortu.


Cuando fueron a realizar el segundo viaje, los acompañaron su madre y Sixto. La madre iba para, con barrendero de “ajujeras”, comenzar a barrer las zonas de la era en las que ya se pudiera hacer esa tarea. Nada más llegar a la era, su madre mandó al niño Fortu que fuera a abrir la puerta de la caseta de los pollos.


(INCOMPLETO)


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