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  • Foto del escritorValdeperdices

LA FAMILIA DE LA TÍA TERESIÑA

Nuestros antepasados se fueron, nosotros estamos yéndonos, nuestros descendientes se irán. Y unos a otros vamos dejándonos en herencia, entre otras cosas, la vida, la memoria colectiva, la lengua, la cultura y la dignidad de sentirnos humanos.


A lo largo del tiempo los valdeperdiceños han protagonizado pocos hechos históricos de los que se estudian en los libros, no han descubierto ni inventado nada interesante para la humanidad, ni en general han alcanzado una gran fama por haber destacado en algo. Pero han hecho algo muy importante para ellos mismos, para la generación presente y para las venideras: resistir. Vencieron al hambre, a la miseria, a las enfermedades... Y en determinadas épocas de la Historia en un lugar como este esa victoria fue una  verdadera proeza.


De entre los resistentes en Valdeperdices destaca un nombre, Teresa Ballestero Vacas, porque vivió más años que sus contemporáneos y porque dejó abundante descendencia en el pueblo. Sirvan estos pocos datos sobre ella y sobre una parte de su gran familia como un pequeño homenaje a esos valdeperdiceños anónimos, humildes, duros y fuertes que, a pesar de las precarias condiciones y del atraso, aguantaron las penurias y nos pasaron el testigo.


Juliana Vacas, que había nacido en Monfarracinos en 1821, se casó dos veces, la segunda con Tomás Ballestero(s), un mozo de Arquillinos. Fruto de este segundo matrimonio nacieron dos hijos en Molacillos: Teresa (1845) y Eustaquio (1850), y una más en Arquillinos: Benita (1853). Los tres contraerían matrimonio en Valdeperdices: Teresa con Estanislao Barrocal Martín, en 1870, Eustaquio con Marcelina Sastre Martín, en 1878, y Benita con Isidoro Ramajo Román, en 1874. En cada una de estas tres parejas se daba un cierto grado de consanguinidad (3º con 4º, 3º igual y 4º igual). Eso significa que durante algún tiempo entre Valdeperdices y esos otros pueblos hubo  intercambio de gentes. Esa movilidad poblacional era bastante lógica y muy necesaria, pues entonces Valdeperdices contaba con pocos habitantes.


Todos ellos fallecerían en Valdeperdices: Juliana Vacas (1821-1887) de una úlcera cancerosa, su hijo Eustaquio (1850-1919) de nefritis, y su hija Benita (1853-1927) de enfisema pulmonar. Los tres fueron longevos para su época (sesenta y seis, sesenta y nueve y setenta y cuatro años). Pero hasta mediados del siglo XX la persona más longeva de la que se tiene constancia en el pueblo fue su hija Teresa, una mujer pequeña y menuda a la que llamaban Teresiña. Fue la primera persona de la que se sabe que pasó de los noventa en Valdeperdices. Vivió noventa y cuatro años, de 1845 a 1939. Algún anciano del pueblo recuerda que en las décadas de los años veinte y treinta cuando uno quería insultar a otro, llamándolo “viejo”, usaba la expresión: “Tienes más años que la tía Teresiña”. Entonces que alguien alcanzase los sesenta parecía bastante, que llegase a los setenta se consideraba mucho, que pasase de los ochenta era muchísimo y ya que rebasase los noventa se tenía por imposible, de manera que la tía Teresiña había logrado el gran milagro de sobrevivir muy por encima de lo nunca visto hasta entonces.


Y, con todo, la vida de aquella mujer no debió de ser especialmente fácil respecto a las de sus coetáneos. Si duró más sería solo porque era más resistente. De 1871 a 1892  sobrevivió a once partos, uno de ellos de gemelos y a los treinta y ocho años de edad. Y los tres últimos fueron a los cuarenta, cuarenta y tres y cuarenta y siete. Por otra parte, sus tres últimos años de vida coincidirían con los de la Guerra Civil. Además, de los doce hijos que trajo al mundo vio morir a siete, cinco de ellos párvulos. Aunque sufriría quizás, sobre todo, con la muerte de una de sus hijas, Juliana (1888-1924), por el modo en que ocurrió. Falleció de parto porque, al parecer, un aficionado  de médico al que llamaban Lorito y que vivía en el kilómetro 15 de la carretera de Alcañices intentó extraerle el niño y le preparó una buena carnicería. Debió de sacárselo a trozos. Según cuentan, el vientre de la fallecida siguió abultado y para meterla en el cajón en el que la llevarían al cementerio le pusieron una reja de arado encima. Juliana dejó cinco niños huérfanos, de trece, doce, nueve, siete y tres años.


Aparte del sufrimiento por la muerte de esos siete hijos que se fueron antes que ella, la tía Teresiña padecería por otra de sus hijas, Sofía (1879-1952), que se quedó ciega y cuando estuvo en edad de merecer nadie quiso casarse con ella. Se casaría ya mayor, a los cuarenta y ocho, en 1927, con su cuñado, Luis Gregorio Rodrigo, viudo de su hermana Juliana, tres años después de que falleciera ésta. Luis podía haber elegido a otra de sus cuñadas, Trinidad (1878), también soltera, para que se hiciera cargo de sus hijos; pero parece que Trinidad no debía de andar bien de salud pues moriría, con cincuenta, en 1929,  de “carcinoma gástrico”,  solo cinco años después que Juliana.


Todos los descendientes de la tía Teresiña proceden de cinco de sus hijos: Faustino-Agustín (1871-1937) casado en 1906 con Venancia Terrón, Mª Cruz (1872-1956) casada en 1896 con Isidro Gregorio, Benito-Bernardo (1874-1952) casado en 1899 con Mª de las Mercedes Rodrigo, Juana (1885-1964) casada en 1905 con Saturnino Gregorio y Juliana (1888-1924) casada en  1910 con Luis Gregorio.


La tía Teresiña vio nacer a sus  treinta y dos nietos, de los cuales catorce se casaron cuando ella vivía. Quince de sus nietos fallecieron antes que ella. Trece murieron párvulos. El nieto mayor, Sandalio, estaba casado con Lucía de la Iglesia Ballestero. Otro nieto adulto, Arsenio, estaba soltero, y cayó en la Guerra Civil. La tía Teresiña vería también morir a la viuda de Sandalio, Lucía, que se había casado en segundas nupcias con José Rodríguez Coria. Cuando ella regresaba de Almaraz de vender hortalizas, Coria estaba esperándola, escondido en un trigal, y la mató a golpes, con un estacón.

De los numerosos bisnietos que tuvo, la tía Teresiña conoció a treinta y siete, de los cuales vio morir a doce, todos párvulos. Ya no vería a ninguno de ellos casado porque cuando ella falleció, el bisnieto mayor, Alejandro Gregorio Martín, había cumplido quince años.


Ninguno de sus hijos alcanzó su longevidad. La hija que más duró, Mª Cruz, vivió ochenta y cuatro (1872-1956). Hoy, sesenta y un año después de la muerte de la tía Teresiña, todavía vive una de sus nietas: Primitiva Barrocal Rodrigo (1921) y otra ha fallecido en 2012: Martina Gregorio Gregorio Berrocal (1913-2012). De sus nietos, por ahora  solamente dos han durado más tiempo que ella: Florencia Gregorio Barrocal (noventa y seis, 1912-2008) y Martina (cumpló noventa y ocho 1913-2012).  Dos bisnietos que ella vió nacer han muerto recientemente: Alejandro Gregorio Martín (1924-2010) y Gerardo Macías Barrocal (1927-2011). Varios de los bisnietos que ella vió nacer aún siguen con vida:, Segismundo Gregorio Martín (1927), Georfina Gregorio Martín (1931), Manuel Barrocal Román (1933), Anastasio Macías Barrocal (1933), Cesáreo Gregorio Román (1933), Delfín Román Gregorio (1933), Virtudes Barrocal Gregorio (1934), Juliana  Román Gregorio (1935), Ramón Macías Barrocal (1935), María Gregorio Martín (1936), Aurelia Macías Barrocal (1936) y  Marcelino Gregorio Román (1937). Además, viven varios bisnietos que ella ya no llegó a conocer, un montón de tataranietos, algunos choznos y algún que otro bichozno.


Por haber nacido en un lugar tan pequeño y con tanta endogamia, es bastante probable que hoy todos los valdeperdiceños vivos, aun sin ser descendientes directos,  llevemos en nuestros genes algo de la fortaleza de esta mujer.

Todos los datos están sacados del Archivo Diocesano, de los libros parroquiales de Valdeperdices, y en ellos el apellido Ballestero(s) fluctúa, unas veces sin “s” y otras veces con “s”. En cambio el apellido Barrocal siempre aparece con “a” y no con “e” como debe ser en realidad.

Luisa Román Rodrigo

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