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LA INFANCIA EN VALDEPERDICES

La historiadora y académica Carmen Iglesias, en un artículo dedicado al respeto a la infancia en la cultura occidental, publicado en “El Mundo”, afirma que la sensibilización respecto a la dignidad del niño es bastante reciente en la Historia.

Según Carmen Iglesias, a finales del siglo XVII nace lo que se ha denominado “individualismo afectivo” y la Ilustración extiende la creencia de que hay que procurar la felicidad en esta vida. Surge, entonces, el amor familiar como paradigma: entre esposos, amantes, padres e hijos, hermanos… Hasta esa época el matrimonio era un producto de intercambio o contrato entre familias y grupos con finalidades sociales, económicas y mentales muy diversas. El posible amor o afecto de los contrayentes nada tenía que ver. Además, la gran mortalidad infantil en los primeros años de vida hacía que se considerase a los niños intercambiables o sustituibles unos por otros. La sensibilización respecto a la dignidad del niño como persona singular e insustituible surgió en ciertos círculos restringidos cultos de finales del XVII, especialmente en Inglaterra y EEUU, y de ahí fue extendiéndose con la Ilustración por determinadas elites europeas de Francia, Italia, España y Centroeuropa para ir penetrando en distintos estratos sociales a lo largo del XIX y del XX. No fue un proceso homogéneo sino muy complejo y singular según países, regiones y épocas. La extensión de la “civilidad” ilustrada, el desarrollo de la higiene y los avances médicos provocaron cambios muy importantes respecto a la infancia. Los adultos ya no tenían la necesidad de resignarse y distanciarse emocionalmente frente a la galopante desaparición de los niños en los primeros años de vida. Los niños, en la medida en que podían sobrevivir mejor, dejaban de ser intercambiables. La provincia de Zamora, especialmente en algunas zonas más atrasadas, recibió esas nuevas ideas de libertad a la hora de elegir pareja y de sensibilización ante la infancia con bastante retraso. Era una sociedad eminentemente rural, conservadora y cerrada que aceptaba con dificultad novedades y cambios. Nuestro pueblo no fue una excepción aunque no fuera de los más atrasados por su cercanía a la ciudad. Respecto a la infancia la pescadilla se mordía la cola. Durante el siglo XIX y la primera mitad del XX las condiciones higiénicas, los cuidados médicos y la nutrición en Valdeperdices eran muy deficientes y muchos niños no pasaban del año y medio o los dos años. Las madres, para poder soportar el dolor de tanta pérdida, se distanciaban de ellos y esa distancia emocional les impedía darles el afecto necesario y cuidarlos convenientemente. Además, los llevaban de bebés con ellas al campo en verano –con unas temperaturas muy elevadas–, hambrientos, desnutridos, enfermos, sucios… En invierno los traían medio desnudos. Y a los cuatro años ya les mandaban tareas, tanto en casa como en el campo.

Se ahogaron al menos tres niños en la fuente del pueblo. Puede que fueran más porque en bastantes partidas de defunción no se da la causa. Cabría preguntarse por qué las autoridades no arreglaron la fuente municipal inmediatamente después del primer accidente. Una de las razones sería la falta de dinero. Y cuando lo hubiera sería tan poco que se emplearía en algo más necesario. Después de todo, no iban a considerar una prioridad proteger la vida de los niños si podían morir de cualquier cosa en cualquier momento. Los traumatismos craneales de los niños a los cuatro y cinco años, porque estaban realizando tareas agrícolas a esa temprana edad, también pueden horrorizar a una mentalidad moderna. Se caían de la burra, los atropellaba el carro... Los padres, que encomendaban tales tareas a sus hijos,  hacían lo que podían y lo mejor que sabían en el mundo que habían heredado. La mano de obra infantil era necesaria.

Las generaciones de los nacidos en Valdeperdices en las décadas de 1900 a 1930 hicieron un esfuerzo enorme de modernización. Quisieron un futuro mejor para sus hijos y se dejaron la piel para conseguirlo. Su empeño fue dejarles en herencia otro mundo menos mísero.

Hasta un determinado momento, en Valdeperdices nada más habían estudiado, gratis, los que habían ido al seminario para curas y las muchachas que se habían metido monjas. La familia podía considerar un honor tener un hijo cura o una hija monja o tomarse el asunto de un modo cínico: enviaban a los hijos a estudiar a costa de la Iglesia para que hicieran la carrera y cuando les quedara un año para cantar misa o hacer los votos dijeran que no tenían vocación y se volvieran al pueblo.

La idea de dar estudios a los hijos sin que mediara la Iglesia fue revolucionaria en la medida en que no solamente se perdía la mano de obra gratuita para trabajar en el campo sino que, encima, exigía un esfuerzo de inversión para el futuro a largo plazo que la economía familiar, de subsistencia, no podía permitirse más que haciendo verdaderos sacrificios de renuncia casi a todo.

Los nacidos en las primeras décadas del XX fueron los primeros realmente alfabetizados en el pueblo. De los anteriores la mayor parte no aprendió a leer ni escribir. Y tuvieron mérito esos primeros alfabetizados puesto que se atrevieron a soñar, desde el agujero negro en el que  habían crecido, con un futuro mejor para sus descendientes, desafiando los privilegios de sus padres del Antiguo Régimen y enfrentándose a su concepción del mundo, la vida, las relaciones… Fueron niños explotados y se inventaron a sí mismos como padres –sin verdaderos modelos válidos– que hicieron lo que pudieron y supieron por cuidar y respetar a sus hijos desde algo parecido al amor familiar que ellos no habían conocido. El enorme esfuerzo de modernización de esas generaciones daría sus frutos porque de 1950 en adelante bastantes valdeperdiceños pudieron estudiar, hacer una carrera y tener una vida infinitamente mejor que la de sus padres.

El respeto a la infancia llegó bastante tarde a Valdeperdices. Una de las razones de ese retraso seguramente fue que no hubo escuela hasta el XX. Aunque influirían más otros factores como la falta de higiene, la desnutrición, la ausencia de cuidados médicos, la pobreza... Cuando la mortalidad infantil fue muy elevada, los niños no eran respetados, no se les reconocían los mismos derechos que a las demás personas. Las únicas personas de pleno derecho eran las adultas. Ocurrió así en todo Occidente hasta el siglo XVIII. La sensibilización ante la dignidad de la infancia fue extendiéndose a medida que la cultura llegaba a más capas de la población y a Valdeperdices la cultura tardó en llegar. A los primeros valdeperdiceños que aprendieron a leer y escribir les enseñó el cura. Después los padres de los niños contratarían a Pedro Terrón. Ese hecho resulta significativo por dos razones: la primera, porque con la pobreza que reinaba entonces en Valdeperdices pagar a alguien para que enseñara a los niños era un salto cualitativo y la segunda porque nuestro pueblo estaba abandonado de la mano de Dios. Pedirían maestro y escuela pero tardaron en atender sus peticiones. Nuestros antepasados hicieron lo que pudieron teniendo en cuenta las circunstancias, poco buenas, que les habían tocado en suerte.


Luisa Román Rodrigo


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