El Valle serpentea paralelo al ramal que conduce a Valdeperdices y forma parte del lecho por el que discurre el arroyo de El Roble.
Auque el inicio natural de El Valle sea la intersección de la carretera de El Campillo con el ramal de Valdeperdices, para nosotros comprende desde la laguna de la punta arriba el Valle hasta la laguna de Tesorredondo.
De laguna a laguna, no podía ser de otro modo si, como ya dije, por él discurre el arroyo de El Roble que recoge todas las aguas que caen al sur del pueblo formando las dos lagunas mencionadas. Está flanqueado por las tapias de piedra que delimitan los huertos, formando así una especie de canal.
Además del arroyo que discurre por la superficie, de todos es conocida la rica corriente subterránea que abastece a los innumerables pozos que riegan los huertos y que, hasta que se comenzó a tomar el agua del embalse, surtía también de agua corriente al pueblo.
El arroyo del Roble, en el pueblo conocido como El Regato,antaño se precipitaba a su antojo y, al llegar al pueblo, formaba chapatales y charcos que duraban todo el año, como El Chapazal donde los parros de la Tía Arsela campaban a sus anchas retozando entre los juncos; había también siempre algunos burros que pastaban allí. Más abajo, donde ahora está el Frontón y el Chupón, el agua se estancaba formando charcos que se helaban en invierno y se convertían en excelentes pistas de patinaje para deleite de los niños. Estos mismos charcos, en primavera, recibían la visita de peces pequeños, sardas, que subían cauce arriba desde el embalse.
Hoy, domesticado, apenas corre el agua si no es por alguna riada aislada o primavera lluviosa.
Pero volvamos al Valle.
Hoy, cuando tomamos el empalme que nos lleva a Valdeperdices por el estrecho y serpenteante ramal, a nuestra derecha, nos acompaña mudo y desangelado El Valle. Esto no siempre ha sido así, pues antaño tenía un protagonismo importante en la vida del pueblo.
Al formar parte de los comunes, su abundante hierba era aprovechada por todos cuando llegaba San Isidro y se abría al pasto. Era entonces cuando adquiría vida propia. Todas las tardes de domingo y festivos, una riada de animales de todas las clases, lo inundaban: burras, mulas, vacas, chotos, bueyes… y, para cuidar que se limitaran al pasto del Valle y no a los sembrados, los dueños acudían al Valle dando pie a la formación de numerosos grupos de amenas tertulias.
Muy a menudo, bien por el fragor de las tertulias, bien por la vista gorda del dueño, que de todo había, algún animal díscolo se pegaba un atracón de los ricos frutos de los sembrados colindantes, variando así su monótona dieta herbívora. Cuando esto ocurría, alguien daba un grito al dueño que, diligente unas veces y más remolón otras, zanjaba el asunto con un silbido o un buen palo en los lomos de los animales más reticentes.
Los niños, aprovechando el jolgorio, acudíamos en masa para jugar a los diverso juegos que, en el mullido colchón de la hierba, se nos antojaban muy divertidos: El Escorrecinto, juego un poco bruto pues consistía en azotar con un látigo de juncos, la Lucha a buenas, algo similar al judo pero sin reglas, en el que ganaba el que más maña tenía o el que más matrero era, la Tula, el Dola....etc
Y, así, envueltas en mugidos, rebuznos, silbidos y griterío de mayores y pequeños, transcurrían aquellas tardes en que El Valle cobraba vida propia.
Jose Mª Gregorio
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